JUAN MANUEL DE PRADA
ABC 8.02.2015
La lectura gustosa es una experiencia que nada tiene que ver con la lectura funcional o maquinal
OTRAS plumas menos torpes que la mía han glosado aspectos
muy jugosos o polémicos de la reciente intervención del director de
ABC, en el foro de la Nueva Comunicación. Yo quisiera dedicar este
artículo a glosar una breve alusión que Bieito Rubido hizo, en medio de
su perspicaz alocución, al «placer» que nos depara la lectura de un
periódico, mientras se saborea el desayuno. Fue una mención tímida que
apenas desarrolló, no sé si por pudor de adentrarse en pasadizos íntimos
o porque el tiempo lo apremiaba y juzgó que aún restaban por
desarrollar otras cuestiones de mayor enjundia.
Pero el caso es que el asunto es mucho más enjundioso de
lo que parece, porque la lectura gustosa es una experiencia que nada
tiene que ver con la lectura funcional o maquinal que realizamos a
matacaballo, como la comida sabrosa nada tiene que ver con la comida
rápida que hacemos para aplacar el hambre. Suele escamotearse esta
diferencia radical porque, si la hiciésemos, repararíamos en la
existencia humillante que sufrimos; y porque a quienes han conseguido
que la suframos sin rechistar no les conviene que caigamos en la cuenta
de los placeres menudos a los que hemos renunciado, los placeres
sencillos que hasta hace poco formaban parte naturalmente de nuestra
vida y que ahora se han convertido en placeres inaccesibles, borroneados
por la girándula de urgencias que nos impone eso que llamamos,
ingenuamente, «nuestro ritmo de vida» (y digo ingenuamente porque el
ritmo de vida nunca es nuestro, ya que son otros los que nos lo imponen,
para exprimirnos más concienzudamente). El dichoso disfrute que produce
la lectura de un periódico nada tiene que ver, en efecto, con el
insípido picoteo en una pantallita táctil, por la sencilla razón de que
la lectura es un viaje de ida y vuelta, según señalaba Proust en un
célebre pasaje de En busca del tiempo perdido:
a la vez que absorbemos los contenidos del periódico, la introspección
reflexiva nos permite que nuestra alma entre en comunicación con lo que
estamos leyendo, de tal modo que el periódico, a la postre, se
familiariza con la fisonomía de nuestra intimidad, entra en coloquio con
ella y termina instalándose en sus aposentos. Nada de esto ocurre en la
lectura de noticias que hacemos en los artilugios electrónicos, que es
nerviosa y epidérmica, cuando no difusa o casi inexistente. No hay más
que leer la turbamulta de comentarios que suelen acompañar las noticias
en las ediciones electrónicas de los diarios, casi siempre una
logomaquia aturdidora (a veces exabruptos de trolls, a veces ocurrencias
y digresiones impertinentes) que delata que la noticia comentada no ha
logrado adentrarse en la conciencia reflexiva de quienes la han leído
(aunque tal vez sólo hayan leído unas pocas líneas, o sólo el titular, o
ni siquiera).
Umberto Eco señala con tino que las nuevas tecnologías se
muestran incapaces de satisfacer todas nuestras demandas intelectuales.
Y establece una distinción muy iluminadora entre la lectura
electrónica, que viaja por delante de nosotros y se adelanta a nuestra
curiosidad, procurándonos un copioso caudal de información en el que
terminamos anegados, y la lectura de libros y periódicos, que viaja a
nuestra velocidad, se acompasa a nuestras pesquisas intelectuales y nos
permite acampar entre las palabras, para quedarnos a vivir dentro de
ellas, como nos quedamos a vivir dentro del aroma de un café humeante,
deseosos de prolongar el gustoso placer que procuran a nuestra alma.
Y ese placer nunca podrán remedarlo los cacharritos con
pantalla táctil, que sólo anhelan que vuestros dedos se vuelvan
huéspedes, para que el alma se quede más rápidamente deshabitada.
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