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¿Qué será del libro en la era digital?



Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 82/14

Más vale no decir “revolución digital” con respecto a los libros. No solo porque es una expresión manida; también porque en el caso del libro la cosa no es para tanto.
En la Feria de Fráncfort de hace tres años se dijo que en 2020 la mitad de las ventas de libros serían de títulos electrónicos en los países desarrollados. Antes, la directora del departamento digital de Simon & Schuster había adelantado el hito a 2010 para Estados Unidos, como recuerda The Economist (11-10-2014) en un especial sobre el futuro del libro. Ahora reconoce que el cambio está siendo mucho más lento. El año pasado, los libros digitales representaron el 29% de las ventas en Estados Unidos. Los otros países van aún más retrasados: 21% en Gran Bretaña, 13% en Japón, 4% en Alemania.
Los libros electrónicos no han empequeñecido el mercado, pero tampoco lo han hecho más grande en términos económicos. Solo en Estados Unidos hubo un descenso apreciable (–4%) de las ventas totales de2009 a2012: la causa fue que los libros digitales son más baratos; pero desde el año pasado su expansión aumenta la tarta. Además, son más rentables, de modo que las cinco grandes editoriales de Estados Unidos –menos Hachette– vieron subir sus márgenes de beneficios de2010 a2013.

El libro no se “desempaqueta”

Ya pocos predicen el fin del libro impreso o su reducción a producto marginal. ¿Qué tiene de peculiar, frente a otros productos que han acusado claramente el embate de Internet y la digitalización?
El libro impreso es “una tecnología realmente competitiva: es portátil, resistente, de alta resolución, y no se le acaba la batería” (Russell Grandinetti, de Amazon)

Un rasgo común de estos es que el soporte informático permite “desempaquetarlos”. El CD era la gallina de los huevos de oro para las casas discográficas, hasta que Napster y el iPod demostraron que se podían vender las canciones una por una. Cada vez más gente no lee “el periódico”, sino noticias en Internet, a las que accede por buscadores, portales, Facebook, Twitter… El fenómeno ha llegado también a la televisión; en Estados Unidos ya se nota que muchos espectadores no desean pagar un paquete de cincuenta canales de los que solo le interesan tres o cuatro, sino pagar por los programas que quieren ver; las suscripciones a cable o satélite bajan, y en la estela de Netflix (el videoclub por correspondencia convertido en repositorio digital de audiovisuales), HBO y CBS anuncian servicios de televisión a la carta por Internet.
Pero los libros no se pueden “desempaquetar”. En formato digital son más baratos, pero la experiencia no es igual, al contrario de una canción fuera de un disco o una película fuera de una cadena; la noticia en Internet puede incluso ser más vistosa que en papel. No morirá el libro impreso, dice el jefe del departamento de Kindle en Amazon, Russell Grandinetti, porque es “una tecnología realmente competitiva: es portátil, resistente, de alta resolución, y no se le acaba la batería”.

Edición sin editorial

De todas formas, el avance digital cambia mucho el mercado del libro, señala The Economist. Primero, la forma de venderlo, cosa que es mérito, ante todo, de Amazon. Esto es malo para las librerías tradicionales. Pero las desdichas de este gremio empezaron antes, con las cadenas y grandes superficies. Tampoco pueden competir en la venta de libros electrónicos. Sin embargo, la misma Amazon les ofrece una ventana al público, al permitirles vender libros impresos en su tienda en Internet, como hace también con detallistas de otros artículos.
Cambia además el modo de editar. Pues con el libro electrónico, lo que hace una editorial sí se puede “desempaquetar”: seleccionar originales, sugerir mejoras al autor, financiarle el trabajo, preparar y corregir pruebas, producir ejemplares, mantener la provisión en almacén, colocarlos en los puntos de venta, hacer promoción comercial..
De hecho, el formato digital ha permitido un gran aumento de la autoedición. En 2012, unos 400.000 ISBN adjudicados en Estados Unidos –casi uno de cada cuatro– fueron para obras autoeditadas. Según Nielsen, de ese tipo era uno de cada cinco libros electrónicos vendidos en Gran Bretaña el año pasado.
Esa es la principal fórmula de “desempaquetado”. El autor puede obtener capital para escribir del público, en vez de una editorial, por crowdfunding u ofreciendo un anticipo y vendiendo suscripciones a su novela por entregas. Esto ya se hace, pero es aún raro y tiene limitaciones: por ahora solo funciona para literatura de género (rosa, terror, autoayuda…), que tiene lectores fieles y ávidos.
Tampoco es imprescindible ya una editorial para diseñar y producir: puede hacerlo el mismo autor o alguien que él contrate con los programas informáticos actuales, o el sistema CreateSpace de Amazon. La promoción de los libros autoeditados se hace mediante la misma tienda virtual y en Internet, redes sociales incluidas.
A la vista de la tendencia al “desempaquetado”, dice Markus Dohle, director general de Penguin Ramdom House: “Los editores solo serán relevantes si demuestran a los autores que pueden llevar sus obras a más lectores que nadie”.

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