A contracorriente: Elogio del papel en el aula

Manuel Area

En esta últimas semanas he estado leyendo el libro, recién publicado en lengua española, de R. Casati Elogio del papel que lleva por subtítulo Contra el colonialismo digital. En el mismo, este autor nos alerta de que la “tecnología del libro impreso en papel” no sólo ofrece contenidos o informaciones de lectura, sino que también es un formato de experiencia cultural distinto de la lectura de ese texto en pantalla. Por ello, según este autor, no es lo mismo leer en papel que consumir dicha obra digitalmente. Es un libro interesante porque nos ofrece una mirada divergente (y a contracorriente) del actual discurso dominante que aplaude acríticamente la presencia totalizadora de la tecnología digital en nuestras vidas.



A medida que lo leía fue inevitable pensar sobre la omnipresencia de las tecnologías digitales y la lenta desaparición de los libros de papel que se anuncia a medio plazo para la experiencia escolar. Los beneficios de las TIC en la educación prometen ser muchos y están siendo publicitandos desde numerosos sectores. La moda del tiempo actual es afirmar y defender la inevitable presencia de los bits en la enseñanza y el aprendizaje. Pero, ¿cómo educadores debemos apoyar y justificar pedagógicamente este proceso de fagocitación de lo digital sobre el papel? Tengo mis dudas, o al menos, adopto una visión crítica ante el tsunami tecnológico que llega a las escuelas arrasando con la cultura impresa.

Es previsible que a mayor abundancia de los recursos digitales en las escuelas (miniordenadores para cada estudiante, DI, tablets, wifi…) , los denominados materiales didácticos tradicionales, sobre todo los libros de papel en sus múltiples formatos (libros de texto, enciclopedias, cuentos, cuadernos de trabajo, manuales, fichas de actividades, diccionarios, …) empezarán a desaparecer. Es razonable que ocurra, entre otras razones, porque así está sucediendo en los hogares, en las empresas, en las administraciones públicas, y en cualquier otro escenario social.
La tecnología digital es polivalente, totalizadora y absorbente no sólo de los formatos de expresión tradicionales (textos, imágenes, cine, sonido), sino que ofrece también nuevas formas de experiencia con la información (multimedia, hipertextos, remix, interacción comunicativa, realidad virtual, representación tridimensional, … Y además es más barata de producir, de difundir y de acceder a la misma que cualquier otro medio de comunicación analógico. Con el argumento económico, el gobierno central y otros muchos autonómicos han reducido notoriamente la financiación  de los libros de texto en papel.
La industria editorial está ofertando de forma creciente nuevos recursos educativos que adoptan el formato digital (las plataformas de contenidos educativos online) en detrimento de los tradicionales libros de texto. Hace algunos meses atrás ya abordé este tema en un artículo titulado De los libros de texto a los contenidos digitales: ¿cambio pedagógico o cambio del modelo de negocio?
Por otra parte, comienza a cuajar la idea de que los niños y jóvenes lleven al aula su propia tecnología (sea su Smartphone, su portátil o su Tablet) para que trabajen educativamente con las mismas. Esto se conoce internacionalmente como BYOD (Bring Your Own Technology) y aunque es incipiente en nuestro país –todavía muchos centros prohíben los móviles a su alumnado- empieza a arraigarse en los sistemas escolares de otros países desarrollados donde los estudiantes aprenden escolarmente con la misma tecnología con la que se comunican en sus tiempos de ocio y entretenimiento.
Soy un firme defensor, desde hace muchos años, de que los docentes, utilicemos pedagógicamente las tecnologías y todos los recursos del ciberespacio con nuestros alumnos tanto para enseñar como para aprender. Sin embargo, en estos tiempos de sobresaturación tecnológica (en el hogar, en el trabajo y en el ocio), creo que debemos empezar a reivindicar el enorme e imprescindible valor formativo que tienen las experiencias con la cultura impresa y escrita para los niños y jóvenes. Con esto no afirmo que unas tecnologías sean mejor que otras para el desarrollo intelectual, sino que considero necesaria la complementariedad de ambas para la formación de sujetos competentes ante la complejidad de la cultura en sus distintos y múltiples formatos.
¿Por qué hacerlo? Daría dos razones básicas.
Una es de naturaleza cognitiva o de desarrollo intelectual. La otra de equidad social en el acceso a la cultura. En el primer caso, empiezan a existir evidencias de que la experiencia de lectura y escritura de texto largos, realizada individualmente, en silencio, con un alto y continuado proceso de concentración favorece el desarrollo cognitivo de habilidades intelectuales que no se logran con la mera lectura o escritura de microtextos digitales y/o con la realización de actividades multimedia. La persona formada es aquella que domina todos los lenguajes, formatos y alfabetos expresivos de representación de la información (sean textos, hipertextos, audiovisuales, codificaciones icónicas, numéricas) y sabe utilizarlas para comunicarse en distintos contextos y situaciones.
El otro argumento de naturaleza sociocultural se apoya en que los hogares están desapareciendo los libros. Éstos son sustituidos por pantallas de tv, de videojuegos, de ordenadores o de telefonía móvil. Sin embargo, es previsible que los libros impresos sigan existiendo en aquellos hogares donde sus habitantes tengan el nivel cultural y económico suficiente para seguir adquiriendo cultura en formato de papel.
Hoy en día muchos niños y niñas están llegando a las escuelas –sobre todo las públicas- sin conocer ni tener experiencias previas con la lectura y manejo de la cultura impresa. Este hecho siempre sucedió históricamente y representaba uno de los factores de desigualdad entre alumnos que provenían de un tipo u otro de familias. Me temo que en los próximos años continuará (y se agrandará) esta diferenciación entre aquellos escolares de hogares donde además de existir mucha tecnología digital también disponen de libros, enciclopedias, revistas, cuentos y demás materiales culturales en formato papel frente a otros niños y niñas que sólo pueden acceder en su casa a la información y cultura mediante pantallas audiovisuales y multimedia.
Al igual que hace diez años atrás reclamé la entrada de las TIC en las aulas, no solo con argumentos educativos, sino también para evitar la entonces denominada “brecha digital”, ahora toca defender la presencia del papel en los colegios para evitar lo que pudiéramos llamar como “la brecha impresa”. Del mismo modo que las políticas educativas TIC, hace una década atrás, sirvieron para ofrecer igualdad de oportunidades en el acceso a la tecnología a aquellos niños y jóvenes que no disponían de las mismas en sus casas, hoy tenemos que empezar a plantearnos políticas educativas para garantizar el acceso y uso de los libros en papel como instrumentos valiosos de la cultura.
Este planteamiento pudiera parece extraño o a contracorriente en los tiempos actuales donde lo innovador y vanguardista es proponer los usos educativos de las TIC. Pero como educador estoy convencido que las escuelas deben seguir siendo espacios sociales donde coexistan pacíficamente el papel y las pantallas porque unos y otros ofrecerán a los estudiantes experiencias de aprendizaje enriquecedoras y complementarias para ser un ciudadano culto de este siglo XXI. Lo cual implica que, además de aprender a manejarse inteligentemente con los recursos de la Web 2.0 y demás artefactos tecnológicos, también será interesante aprender a desconectarse conscientemente del ecosistema digital y disfrutar (aunque sea brevemente) del espacio y objetos empíricos que nos rodean.

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