Mónica Margarit: “Un día volveremos a leer sin mirar cuatro veces al móvil”

¿Encuentra que este país ha perdido capacidad de concentración? Las personas somos las primeras en perderla. No gestionamos bien nuestra relación con las nuevas tecnologías y perdemos concentración. Es lógico que tengamos la misma impresión cuando observamos a la sociedad o al país en general.
¿Por qué ocurre eso? Porque estamos en un periodo de transición (¡espero!) hacia una buena gestión de la relación con las nuevas tecnologías y con esa cantidad ingente de información que nos llega por distintas vías y formatos. Pasará, y seguiremos leyendo un libro entero o un artículo hasta el final, sin interrumpirlo con cuatro miradas al móvil. Pero pasará un tiempo.


¿Qué consecuencias tiene eso en la vida cotidiana? Muchas. Siempre estamos pendientes de lo que no estamos haciendo en ese momento y no disfrutamos de nada. Por eso es importante aprender a concentrarse y ser conscientes de lo que estamos haciendo en cada momento y no de lo que tendríamos que haber hecho y no hemos hecho.
¿Qué consecuencias tuvo para usted? En algunos casos perdía la capacidad entender y aprehender de las personas con las que trataba. Cuando eres plenamente consciente del momento en el que estás llegas mucho más allá y eres más capaz de entender sus aristas. Trabajo con jóvenes: concentrarme me ayuda a entender qué necesitan y eso me ayuda a diseñar su plan de trabajo.
Usted dirige la Fundación Princesa de Girona, que premia a jóvenes talentos, dirigió la Fundación para la proyección internacional de las universidades españoles… ¿Qué ve que necesitan los jóvenes españoles? Visibilidad, tiempo para explicar lo que están haciendo, herramientas que les permitan desarrollar su ilusión, su energía y sus ganas de construir, que no han perdido. Sus ganas de comerse el mundo. Pero es difícil encontrar espacios, tiempo para ellos.
¿Por qué? Porque de alguna forma los hemos obviado, no los hemos priorizado lo suficiente. No podemos dejar que pare su incorporación a la vida activa el hecho de que ya todo el que quiera puede ir a la Universidad. Muchos de esos jóvenes que van a la Universidad son hijos de taxistas o de camareros que no tienen a nadie en su contexto social que les anime a seguir y se paran en la Universidad. Deben continuar.
A los jóvenes les afectará también la falta de concentración que les sucede a los mayores… Menos que a nosotros. Quizá porque ya han nacido en un entorno mucho más parecido al que tenemos hoy y eso se lo facilita. Pero muchos de los que están estudiando me dicen que en la era de Facebook y Twitter la concentración en el estudio no es igual. Seguramente tienen que hacer un esfuerzo suplementario.
¿Cómo advirtió usted que estaba perdiendo concentración? Yo ya soy mayor. La inercia que tenía de leer entero el artículo del periódico y los libros todavía me dura; más que perder concentración tuve la sensación de que no estaba llegando al fondo de cada cosa que vivía y de que permanentemente estaba con todo el resto de las cosas en la cabeza. Ni disfrutaba ni vivía realmente lo que hacía en cada momento. Eso fue lo que me llevó a buscar algún sistema que me ayudara.
¿Y qué le ayudó? Una amiga que practicaba el mindfulness me explicó lo que era. Me di cuenta de que podía llegar a ser una herramienta, que no hacía falta que de repente uno se convirtiera a la fe budista ni a nada por el estilo. Y funcionó.
¿Cómo le cambió la vida? Tampoco quiero exagerar. Me serenó, me permitió estar en lo que estaba haciendo en cada momento y en la persona con la que estaba. Me permitió distinguir entre lo urgente y lo importante. Ser capaces de no contestar o mirar correos o wasapps depende de una voluntad. Forzando espacios de concentración, meditando, volveremos a saber discernir. Ahora leo, y tengo la suerte de que mi librera, Lola Larumbe, elige por mi y me facilita la vida. Y leo en silencio, sin la tentación del móvil, que viaja conmigo, silenciado. El silencio no significa soledad, también significa serenidad.

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