Fuente: Aceprensa
El discurso de la “escuela inteligente” caricaturiza el modelo tradicional, y es poco claro en sus propuestas
11.NOV.2016
“Despega la escuela inteligente”. Este u otros titulares
parecidos nos anuncian con frecuencia que una nueva forma de educar ha llegado
para quedarse. Sin embargo, a pesar del optimismo en torno a este cambio de
paradigma, los argumentos en favor del modelo alternativo están basados en
criterios no siempre académicos, valoran excesivamente el aspecto innovador de
ciertas prácticas, y aún no han sido confirmados por la investigación. No
obstante, algunos profesores vislumbran un futuro prometedor.
La nueva escuela y el papel de las tecnologías
Existe en la opinión pública un clima de esperanza en torno
a lo que se ha venido en llamar la “escuela inteligente”. Sin embargo, más allá
de unos cuantos lemas que se repiten como mantras, no es fácil encontrar una
propuesta clara, detallada y realista de cómo ha de ser esta educación del
futuro.
Muchos la definen por oposición a la tradicional, pero
frecuentemente caen en un cierto maniqueísmo. En la antigua escuela –se dice–
el profesor dictaba autoritariamente una clase magistral; los estudiantes eran
receptores pasivos de una información que tenían que memorizar como robots y
que luego vertían en exámenes estandarizados. En cambio, en la “escuela
inteligente” es el propio alumno quien diseña su itinerario de aprendizaje, en
función de sus intereses y talentos; el profesor no es el “administrador” del
conocimiento, sino que acompaña y guía a cada uno en su camino; ya no se trata
de memorizar unos contenidos, sino de desarrollar unas competencias
transversales, como el trabajo en equipo; la creatividad ha sustituido a la
memoria.+
El discurso de la “escuela inteligente” caricaturiza el modelo tradicional, y es poco claro en sus propuestas
En este ideal de escuela, el uso de herramientas
tecnológicas suele considerarse un medio imprescindible, en tanto que facilita
la autonomía y la personalización del aprendizaje: el alumno tiene todo un mar
de información a solo un clic, y el profesor puede diseñar para cada uno
una “dieta” particular en función de su nivel. Así, las aulas inteligentes no
se entienden sin ordenadores o tabletas.
La absolutización de la modernidad
Este discurso, aunque repleto de buenas intenciones y de
intuiciones valiosas, falla en varios puntos. En primer lugar, considera la
“modernización” de las aulas como un imperativo histórico, un “signo de los
tiempos” tan evidente que ni siquiera hace falta demostrar su validez. Por otro
lado, con frecuencia confunde la revolución pedagógica con el uso de
tecnologías, dando a entender que aquella no se entiende sin estas.
Se pueden poner dos reparos a este discurso de “la novedad
por la novedad”. El más obvio es que tanto las metodologías como las
herramientas tecnológicas en la educación han de juzgarse por criterios
académicos, y no por cómo respondan a un vago concepto de “evolución social”.
Por otro lado, algunas de las formas de enseñar que se presentan como
revolucionarias (Thinking Based Learning, trabajo cooperativo, Design
Thinking, gamificación) no son tan innovadoras, sino más bien
actualizaciones más o menos originales de estrategias pedagógicas ya empleadas
en muchos sitios.
Problemas epistemológicos
Según los precursores de la “escuela inteligente”, esta
ofrece varias ventajas frente al modelo tradicional de educación. Una de las
más repetidas es que los alumnos están más motivados y cooperan entre ellos.
Esto es positivo, pero no está claro cómo evaluar ni qué valor conceder a estas
“competencias transversales”, como se las suele denominar: ¿debe el profesor de
una materia reservar una parte de la nota a la capacidad para colaborar que
haya mostrado cada estudiante?
Otra de las ideas más frecuentes en el discurso de la “nueva
educación” es que, frente al modelo tradicional que uniformaba a los
estudiantes y mataba su creatividad, en la escuela inteligente cada uno sigue
un proceso distinto, según sus peculiares talentos e intereses. Es la llamada
“personalización del aprendizaje”.
Ciertamente, resulta interesante que los alumnos puedan ir a
un ritmo diferente, y que el profesor disponga de recursos para reforzarles en
sus particulares lagunas: por ejemplo, una plataforma con ejercicios de
distinto nivel que informe del progreso que cada uno va haciendo. Con todo, si
se pretende evaluar objetivamente, se supone que el examen debe ser el mismo
para todos. Aunque hay quien propone adaptar también las pruebas: todos tienen
que superar todas al final del curso o del trimestre, pero cada uno se enfrenta
a ellas cuando domina los contenidos. El problema es que esto dificulta
enormemente la tarea del docente: ¿cómo explicar cuando unos estudiantes están
centrados en unos temas y otros en otros?
Falta realismo para reconocer los problemas prácticos que
entrañan algunas de las propuestas metodológicas
Como se ve, algunas de las propuestas de la nueva escuela,
aunque ofrecen perspectivas muy interesantes, se enfrentan a serios problemas
de praxis o de evaluación, o a ambos. Por otra parte, la investigación no es
concluyente acerca de la efectividad de estas metodologías, y el uso de la
tecnología asociado a ellas, en el rendimiento académico, y no solo en la
motivación o la capacidad de colaboración de los alumnos. Unestudio reciente
de la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo
(IEA, por sus siglas en inglés) señalaba que las estrategias de “aprendizaje
activo” mostraban una relación positiva con el desempeño en matemáticas y
ciencias en 13 países analizados, negativa en otros 13, y neutra en 9. Por otro
lado, en la clasificación de cuáles son estas estrategias, el informe no hace
ninguna mención al uso de tecnología, sino más bien a que el estudiante tenga
que encontrar por su cuenta la manera de resolver los problemas propuestos.
La visión de los profesores
No obstante, que el discurso en torno a la nueva educación
tenga algunas flaquezas no implica que la “escuela inteligente” no tenga nada
que aportar al debate sobre cómo enseñar de manera más efectiva.
Aunque todavía falta analizar con rigor cuáles son los
efectos de las nuevas pedagogías “inteligentes”, la opinión de los profesores
resulta muy interesante, porque son ellos quienes de primera mano pueden
observar sus efectos. Un informepresentado
en abril por Ipsos y Samsung, Los profesores ante la tecnología en los
colegios, aporta algunos datos interesantes.
Los investigadores entrevistaron a 600 profesores de
primaria y secundaria de toda España sobre el uso de la tecnología en sus
aulas. Algunos de ellos, algo más de cien, habían participado en un proyecto de
“escuela inteligente” de Samsung, en el que tanto el docente como los alumnos
utilizaban tabletas en las clases.
En general, la percepción de los profesores sobre las
tecnologías en el aula fue positiva, tanto en el grupo Samsung como en los demás.
Algunos de los beneficios mencionados por los docentes se referían a factores
emocionales (“los alumnos estaban más motivados para hacer las tareas y más
entretenidos durante las clases”) que, siendo buenos en sí mismos, no implican
necesariamente un éxito desde el punto de vista del aprendizaje.
Otras consecuencias observadas son más significativas, por
ejemplo las que se refieren al trabajo de los profesores: según ellos, las
tecnologías ayudan a preparar mejor las clases, al poner a su alcance muchos recursos
con los que antes no contaba.
Por otro lado, los docentes entrevistados también señalaron
algunos beneficios que sí se refieren directamente a la capacidad de
aprendizaje de los alumnos, como que entendían más fácilmente lo enseñado,
recordaban mejor lo aprendido o mejoraron su capacidad de razonamiento.
Moderación y realismo
Este estudio sugiere que, bien utilizadas, las nuevas
metodologías y las herramientas tecnológicas asociadas a ellas pueden ser un
instrumento valioso para educar mejor. Sin embargo, a veces el discurso sobre
“la nueva escuela” encuentra en sí mismo su peor enemigo.
Los profesores valoran positivamente el uso de las
tecnologías en el aula, aunque falta una evaluación rigurosa
Por un lado, la caricaturización del “viejo modelo” y la
idealización del nuevo restan credibilidad a sus propuestas. El uso de
tecnologías puede hacer atractiva una materia, pero una buena clase magistral,
si el profesor explica con claridad y mantiene interesados a los alumnos,
resulta también muy interesante.
Por otro lado, existe una cierta ingenuidad entre los
defensores de la revolución educativa en cuanto a la novedad de sus propuestas,
que les impide reconocer que una buena parte de ellas son simplemente
adaptaciones tecnologizadasde pedagogías bastante conocidas. Además, falta
realismo para reconocer los problemas prácticos de ideales como el de la
“personalización del aprendizaje”.
Por último, queda por hacer una importante tarea de
evaluación. Para eso, en primer lugar habría que fijar unos criterios
propiamente académicos, dejando en un segundo plano otros más “emocionales” (la
motivación de los estudiantes, o si se entretienen en clase) que solo son
significativos si conducen a
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