Oportunidades y riesgos de la lectura digital. Rafael González Sánchez en Métodos de información.

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La lecto-escritura tiene una existencia relativamente reciente. Según los
criterios de definición que se adopten, entre los 5.000 y los 3.000 últimos
años. Su inicio se determina cuando el ser humano utiliza deliberadamente
unos signos externos (unas pinturas para indicar el inicio de la caza, unas
marcas en piedra para señalar un acontecimiento, etc.) con el fin de regular su
relación con su entorno. Lo no escrito se perdió... de ahí que los textos
bíblicos, grecolatinos y medievales, que en un principio fueron orales,
terminaron por escribirse. Sin embargo, a pesar de que la invención de la
escritura supuso un hito en la evolución humana al mejorar e intensificar la
transmisión del conocimiento, hasta antes de la invención de la imprenta en el
siglo XV fue un bien escaso y la lectura estaba relegada a las élites sociales.
Según Barnés (2014) “El Quijote, novela sobre la lectura y sus consecuencias,
no podría haberse escrito antes de Gutenberg; solo después, alguien de no
muchos recursos como un hidalgo de un lugar de la Mancha podía poseer una
biblioteca lo suficientemente nutrida para poder vivir en ella y de ella”.

Mientras voy en el metro o en el autobús de regreso a casa, leo un artículo recomendado por
el profesor en la clase de hoy, al momento salto a mirar el mensaje de un amigo que acabo de
recibir en Twitter. Mientras le respondo, recibo un ‘whatsapp’ de mi madre recordándome
que no olvide reservar los billetes de tren por Internet, y le contesto rápidamente con el
emoticono de ‘Ok!’ mientras ya he dado a abrir la web de Renfe,... ¿por dónde iba en la
lectura del artículo?
Por mucho que ejercitemos cada día esta multitarea, optamos por ir
postponiendo aquellas que no son prioritarias para el momento puesto que el
cerebro humano aún no está acostumbrado. Pero va a ser muy difícil
concentrarse ya que las redes sociales nos exigen estar siempre disponibles
para contestar por temor a no perdernos nada de lo que suceda, unido a que
con las nuevas tecnologías ya hemos desarrollado la sensación de fácil e
inmediata recuperación de cualquier información, pero sin un análisis crítico
de la misma. En definitiva, la hiperconexión nos está transformando en seres
social y cerebralmente más ‘planos’ y estresados. “Ser inteligente significa,
etimológicamente, leer entre: inter-legere, que se funde en el verbo intellegere,
cuyo sustantivo abstracto es intelligentia [...] información no equivale a
conocimiento, sino que cuanta más información, más arduo es el
conocimiento. Porque conocer implica asimilar, y la sobreabundancia de datos
colapsa” (Barnés Vázquez 2014, p. 28). Y al realizar tantas actividades en un
solo momento, éstas quizá se llevan a cabo con errores, consecuencia de la
velocidad y la poca atención que se pone en ellas. Debido a esto, además de la
transformación en cómo leemos, también se está modificando la forma en que
escribimos. Y en respuesta a estos nuevos hábitos de lectura, muchos autores
y editores están produciendo obras y artículos más cortos que no requieren
reflexión o una lectura atenta.


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