Lo que no aprendemos y no sabemos «con el corazón», dentro de los límites de nuestros medios siempre insuficientes, no lo amamos verdaderamente.

El segundo punto que ilustra el mito del Fedro no es menos revelador. El recurso a lo escrito, al texto «escriturario», merma las capacidades de la memoria. Lo que está escrito y almacenado -los «bancos de datos», la «memoria» de nuestras computadoras- no tiene que ser ya memorizado. Una cultura oral se nutre de una rememoración renovada sin cesar; un texto o una cultura del libro autoriza (también aquí, el término es resbaladizo) todas las clases de olvido. Esta distinción va al corazón de la identidad humana y de la civilitas. Donde la memoria es dinámica, donde es instrumento de la transmisión psicológica y comunitaria, la herencia se actualiza, se hace presente. La transmisión
de las mitologías fundacionales, de los textos sagrados durante milenios, la capacidad del bardo o cantor de fábulas para recitar epopeyas inmensas sin ningún escrito atestiguan la memoria potencial tanto del ejecutante como de su auditorio.
Saber «de memoria» -«by heart», con el corazón: obsérvese la fuerza y la riqueza de sentido de esta expresión- es tomar posesión del tema, ser poseído por él. Es dejar que el mito, la oración o el poema se ramifique y se expanda en nosotros, que modifique y enriquezca nuestro paisaje interior mientras vivimos, y se vea a su vez cambiado y enriquecido aprovechando nuestro viaje por la vida. De hecho, en la filosofía y la estética de los antiguos la memoria es la madre de las musas. Cuando lo escrito gana terreno y el libro está al alcance de la mano, dispuesto para ser «consultado», los músculos de la memoria se atrofian, el gran arte de la memoria cae en desuso. De manera creciente, la educación moderna es muestra de la amnesia institucionalizada. Aligera el espíritu del niño de toda referencia vivida. Sustituye lo aprendido de memoria por el caleidoscopio pasajero de lo efímero. El tiempo queda reducido a la instantaneidad, y ésta insinúa, hasta en los sueños, una homogeneidad y una pereza predigeridas. Lo que no aprendemos y no sabemos «con el corazón», dentro de los límites de nuestros medios siempre insuficientes, no lo amamos verdaderamente. La poesía de Robert Graves nos advierte que «amar con el corazón» (loving by heart) es infinitamente superior al simple «amor al arte». Es estar en contacto con la fuente de nuestro ser. Los libros sellan la fuente.

George Steiner. Los logógrafos.


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